Comentario
El mariscal Bismarck, que no quería humillar a Francia y que sabía que la Confederación no estaba en condiciones de afrontar una guerra, brindó la posibilidad de una conferencia internacional, que se reunió en Londres en mayo de 1867, para abordar la cuestión planteada por las apetencias francesas sobre Luxemburgo. El resultado, sin embargo, fue muy decepcionante para Francia, ya que el gran ducado quedó en manos del rey de Holanda, a la vez que se ratificaba su neutralidad. Este fracaso acentuó los deseos franceses de revancha, que le llevaron a buscar la alianza de Austria y de Italia. Napoleón III y el emperador Francisco José se reunieron en Salzburgo en agosto de 1867, y en el otoño siguiente se produjo un cruce de correspondencia de los soberanos austriaco e italiano con el emperador francés. Los resultados, en todo caso, fueron desdeñables porque Austria empezaba a desentenderse de los asuntos germánicos mientras que Italia imponía la condición, inaceptable para Napoleón III, de la retirada de la guarnición francesa estacionada en Roma. Tampoco encontraban más eco las exigencias francesas en el Reino Unido o en Rusia, que se mantuvieron al margen. Bismarck, por su parte, entendía que la guerra con Francia sería muy útil para fortalecer las tendencias unificadoras en los Estados del sur de Alemania, pero decidió no precipitarse y esperar a que los acontecimientos le brindasen una ocasión propicia. Ésta se produjo en los primeros meses de 1870, cuando el general Prim, enviado por las fuerzas revolucionarias que habían provocado el derrocamiento de Isabel II de España en septiembre del año anterior, visitó al príncipe Carlos Antonio de Hohenzollern-Sigmaringen, para explorar la posibilidad de que su hijo Leopoldo aceptase el trono de España. Bismarck intervino para forzar una aceptación (19 de junio) que impedía que se trasladase el ofrecimiento a alguno de los príncipes católicos del sur de Alemania y, sobre todo, que pondría a Francia en una difícil situación. La noticia de la aceptación fue conocida en París a comienzos de julio y provocó una enorme excitación de la opinión pública que se trató de aplacar con una declaración que el ministro de Asuntos Exteriores francés, el duque de Gramont, realizó el 6 de julio, según la cual el nombramiento amenazaba los intereses de Francia y no era tolerable. España se mostró dispuesta a aceptar la retirada de la candidatura y, con una discreta presión por parte de las grandes potencias, Antonio de Hohenzollern lo hizo así, con alivio para el rey Guillermo y disgusto para Bismarck, que veía arruinada la oportunidad.El desenlace fue un innegable triunfo diplomático para Francia, y así lo entendieron Napoleón y Emile Ollivier, presidente del Consejo de Ministros. No así Gramont que, bajo la influencia de algún sector de la Corte y de bonapartistas exaltados, pretendió ir más allá y, sin conocimiento de Ollivier, hizo que el embajador francés Benedetti tratara de obtener de Guillermo I un compromiso formal de que no se volvería a plantear la candidatura Hohenzollern. Aunque el rey de Prusia se mostró deferente en las dos entrevistas que tuvo el día 13 de julio con el embajador francés, al que tuvo informado de los acontecimientos, se negó a recibirle por tercera vez, habida cuenta que entendía improcedentes sus exigencias. Así se lo comunicó a su canciller en el telegrama que le remitió a última hora de ese mismo día. Bismarck se dio cuenta que allí tenía la oportunidad que estaba buscando y, después de asegurarse de que la Confederación estaba preparada para la guerra, decidió provocar a Francia y dio a la prensa una información en la que sólo se aludía al rechazo final del rey a recibir al embajador. El texto de la nota redactada por Bismarck decía así: "Con ocasión de que el Gobierno Imperial de Francia fue informado oficialmente por el Gobierno Real de España que el príncipe heredero De Hohenzollern había renunciado, el embajador de Francia exigió, además, de S. M. el Rey, en Ems, la autorización para telegrafiar a París que S. M. el Rey se comprometía a no dar nunca su aprobación para el caso de que los Hohenzollern volvieran a plantear su candidatura. En esa situación, S. M. el Rey rehusó recibir de nuevo al embajador de Francia y le hizo saber, por su ayudante de servicio, que S. M. no tenía nada que comunicarle al embajador". La nota tuvo el efecto deseado y el 19 de julio Francia declaraba la guerra a Prusia para defender su honor, aunque no contase con los apoyos diplomáticos necesarios ni con una superioridad militar efectiva. Ambos aspectos quedarían claros durante las hostilidades, que se prolongaron durante el mes de agosto, hasta desembocar en el desastre francés de Sedan. Los franceses, sin embargo, no capitularían hasta finales de enero del año siguiente.Para los intereses de Bismarck, el conflicto facilitó el clima emocional en el que se hizo posible la unificación entre la Confederación y los Estados del sur. Baden y Hesse-Darmstadt habían manifestado ya su voluntad de integrarse en la Confederación, mientras que Bismarck tuvo que hacer algunas concesiones políticas para conseguir la unión con Baviera y Württemberg. Como consecuencia de esta unión, el rey de Baviera encabezó una propuesta de los príncipes alemanes para que Guillermo I adoptase el título de emperador de Alemania. La proclamación del Imperio se produjo el día 18 de enero de 1871 en la Galería de los Espejos del palacio de Versalles. Con ella se culminaba el proceso de la unificación política alemana.